Ser padre es cansado. Muy cansado.
O madre, o abuelo, o…, me da igual. Ser el cuidador principal (es mi caso, no sé si te lo he dicho alguna vez) es agotador.
Y tengo que confesarte que llega un punto en el que se me funden las neuronas y pongo el cerebro en punto muerto.
En ese instante, cuando uno de mis hijos me pide algo, uso 3 respuestas predefinidas casi al azar:
Sí.
No.
¿Qué ha dicho tu madre?
Por ejemplo:
–Papá, ¿podemos jugar con la manguera ahora que estás sentado en la terraza con el portátil?
–No.
–Papá, ¿puedo cortarle el pelo a mi hermano?
–¿Qué ha dicho tu madre?
–Papá, ¿puedo jugar al balón dentro de tu despacho lleno a reventar de coches y naves de LEGO?
–Sí… em… ¡No! Mi despacho está prohibido.
3 respuestas predefinidas que, cuando mi cerebro no da más de sí, son lo único que alcanzo a decir.
Mi hija, que es muy lista, se lo sabe y lo aprovecha en su favor.
Como papá responde sin escuchar, pregunta varias veces lo mismo hasta que consigas la respuesta que buscas.
Mira, hay gente por ahí vendiendo cursos y formaciones (algunos he comprado), que parece que responden las dudas del soporte con la cabeza en modo avión.
Que dan respuestas predefinidas, copia-pega de respuestas anteriores o vaguedades que no resuelven mi duda ni mi problema.
Me ha pasado en cursos de cientos de euros, pero también en formaciones tipo master de miles de euros.
Por eso, alumnos como Susana me cuentan su caso y luego me plantean cosas como esta:
Aquí sí te pido si podrías echarle un breve vistazo y decirme si ves potencial a…
Y yo no les contesto con generalidades ni respuestas predefinidas, sino que hago un repaso de su proyecto, de sus ideas y de sus preguntas, para darles mi asesoramiento profesional.
Eso es lo que yo considero que tiene que ser un soporte.
Así que si te apuntas al newsletter que envío cada mañana antes del café y me preguntas algo, ten por seguro que no obtendrás un «si», «no», ni un «pregúntale a tu madre».
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