Alguna vez he contado que monté mi primer negocio durante la universidad.
Solo que no supimos sacarle rentabilidad.
Solo que no vimos la oportunidad de hacernos de oro.
Solo que no sabía que era un negocio.
Escucha, yo estudié Ingeniería de Telecomunicación.
Una de esas carreras que se miran con reverencia, como una de las difíciles, como una de las que mejor te prepara, como una que…
¿Sabes cuántos de mis compañeros de promoción montaron algo por cuenta propia al salir de la universidad?
Ninguno.
Salvo que cuentes al que se compró un bar, porque lo de estudiar no le iba, pero lo de la fiesta sí.
El caso es que en aquella época tenía una amiga sin estudios superiores.
Bueno, tengo muchos amigos así, pero sígueme el rollo, que verás a dónde lleva.
Esa chica trabajaba de lo que fuera necesario para poder vivir por su cuenta. Sin deberle nada a nadie.
Hacía cursos de lo que le gustaba, diseño 3D en aquel momento, y se movía por España buscando conocimientos prácticos sobre el tema.
Todo mantenido con un trabajo de mierda con turnos de noche en un call center de soporte.
Cuando yo le perdí la pista, no sé si tendría 24 ó 25 años, ¿sabes lo que hizo?
Montó una empresa de drones.
Una empresa de drones que 12 años después sigue abierta y cuyo equipo de trabajo aumenta cada año que pasa.
Vamos, que les va de maravilla.
Oye, que esto no va de lecciones de vida hipercomplicadas.
Esto va de que la motivación te lleva más lejos que los estudios.
Yo tardé en darme cuenta mucho tiempo y ahora trabajo de cosas que ni se me había ocurrido que existían.
Y enseño a otros a ganarse la vida de la misma forma.
Cada día.
Te apuntas y en un rato te cuento más cosas.
Mañana otras.
Y al otro…
Al otro…
Una historia de la que puedes aprender (o no) cada mañana
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