Hoy no me voy a andar con chorradas.
Aunque tengas tentaciones de mandarme a la mierda, sígueme el rollo.
Verás que al final todos los puntos conectan.
Y luego ya, si quieres, me mandas a la amierda.
Ayer, martes, me operaron.
Puede que ya lo sepas, pero hay algo más importante que eso.
El lunes pasado (hace 9 días) me hicieron una resonancia magnética para ver si la cosa esa de mi mano izquierda seguía siendo controlable o ya estaba irremediablemente rota.
(Sí, el dolor y la pérdida de función son buenos indicadores, pero no los único)
Lo llamaremos el día T-9.
En ese día T-9 había dos personas que ya sabían que me iban a operar.
Yo no era una de ellas.
O no quería serlo.
En el día T-7, el traumatólogo ya nos dijo que pintaba mal, pero que me tenía que ver el jefe.
Porque mi traumatólogo no puede operar…
La historia de Juanra, de nuestro traumatólogo, es como para contarla un día, porque vaya tela tiene.
Así que me citan en T-4 con el doctor Sanz, una persona a la que no recuerdo, porque la última vez que lo vi estaba hasta las trancas de esas drogas que meten los anestesistas.
Tú sabes que eso ya era una sentencia para quirófano, ¿verdad?
Pues yo no quise saberlo.
El caso es que en T-4 yo todavía no tenía la certeza de una operación.
Solo una sospecha fuerte…, muy fuerte, de que era inevitable.
Y aquí viene la magia del top of mind marketiniano.
De repetir el mensaje para no dejar que la mente del futuro cliente respire.
En T-4, el doctor Sanz me dijo que sí, que había que operar y me preguntó que cuándo me venía bien.
—Como el esparadrapo, Luis, cuanto antes mejor.
Segundos después entra Juanra en la consulta.
—¿Le operamos el martes? Si pides los arpones hoy, tenemos hueco por la tarde para hacérselo.
¡¿El martes?!
¿¡¿¡Ya?!?!
(Grita mi expresión facial, porque mi boca no dice nada)
—Oye, que si no quieres lo dejamos para dentro de un mes.
Y ahí entra mi mujer a apostarlo todo:
—¿No decías que como el esparadrapo? Pues el martes y te lo quitas.
Escucha.
Que esto no va de diagnosticar y operarse en 8 días.
Esto va de que si repites el mensaje, termina por calar.
Que las personas que te leen, que te escuchan, no tienen por qué estar sintonizados con tu mensaje en el momento que lo leen.
Pero si repites ese mensaje, tienes muchas más probabilidades de que sus ondas cerebrales y tu mensaje conecten.
Y esa conexión resulta en un combo killer que termina con propofol, midazolam, tramadol, cuchillos, arpones y ligamentos.
«¿De eso va el curso de cómo hacer un newsletter que venda por ti?»
Exacto, amigo entrecomillado, de conseguir el mismo efecto.
De ver cómo puedes aprovechar lo que ya tienes, cómo encontrar lo que necesitas y cómo juntarlo todo para crear una audiencia que conecte con tu mensaje.
Y que te compre, te contrate o te haga ganar dinero.
Porque no solo de ventas directas se vive en una newsletter…
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CÓMO CREAR UNA NEWSLETTER QUE GANE DINERO PARA TI
No solo te contaré cómo he montado dos newsletters independientes que facturan miles de euros por su cuenta y riesgo.
Sino que aprenderás formas muy imaginativas de conseguir que lo hagan incluso mientras estás tumbado en la mesa de quirófano.
Sin tener que usar tus dedos escayolados para escribir un curso (por bueno que sea).
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