El otro día encontré la primera factura que emití al construir una página web.
Diez veces menos dinero del que debería haber cobrado.
Diez veces más dinero del valor que le aportó el trabajo al cliente.
Por si te estabas preguntando cuánto varían las tarifas de alguien después de 8 años, porque te preocupa la inflación y esas cosas.
La respuesta es esa: por diez.
Un 1000% más.
Que en realidad es 1200% más, pero el mil mola más.
Ahora tienes dos formas de procesar esa información.
La primera es en negativo, que es la más habitual.
Ladrón, vendehumos, estafador, prepotente, presumido…
Y podrías pensarlo incluso antes de saber que esa primera web la vendí a 250€, con una rebaja de 50€.
Más algún extra, aunque 10 veces 200 tampoco es que sea una locura de dinero.
La segunda forma es en positivo.
¿Cómo has hecho para multiplicar por 10 el precio de tus servicios y seguir teniendo clientes?
Y la respuesta es sencilla: aceptando que el cliente no tiene la razón.
Escucha.
En ese primer trabajo me dijeron que querían hacer A, B y C.
No me dijeron para qué.
No pregunté para qué.
Me limité a ejecutar lo que me pedían de la mejor forma que sabía en ese momento.
Y punto.
Tardé más de 14 horas en terminarlo.
A pesar de que no solo cobré por la web, el resultado fueron unos 25€ por hora trabajada.
Quítale impuestos, la parte correspondiente de la cuota y…
Vamos, que casi perdí dinero.
¿Cómo hubiera sido ese mismo proyecto a día de hoy?
Para empezar, no lo hubiera hecho.
¿Porque pagaban poco?
No, porque el cliente no sabía lo que quería, para qué lo quería o por qué lo quería.
Y es muy difícil…
No, difícil no, es imposible hacer que alguien vea el valor que le aportas, si ni siquiera tiene claro por qué hace las cosas.
Así que con este cliente haría dos cosas antes que ninguna.
La primera sería ayudarle a desentrañar por qué coño quiere hacer este proyecto.
Cuál es el motivo.
La razón.
El beneficio que va a obtener.
La segunda sería cobrarle por esa conversación.
¿El precio?
Siempre que el cliente termine la sesión con la sensación de que tiene una visión rompedora de su propio negocio.
Una meta que alcanzar y una forma de lograrlo.
El precio es lo de menos.
Siempre que cumpla una sencilla regla.
Que si el cliente descubre que su idea es una mierda o se envalentona y decide que lo puede hacer él solo, a ti te haya compensado.
Y él se vaya con la sensación de que ha conversado una hora con un gran experto.
Porque ya te digo yo que da igual cuánto ayudes a un cliente.
Si le cobras 20€ por resolverle su pregunta del millón de dólares, no te va a considerar un experto.
Tengo un newsletter en el que no te cobro nada por recibir consejos del millón de dólares.
Te apuntas aquí y los recibes cada día
¿El truco?
Cada día intentaré venderte algo.
Si quieres dejar tu comentario, apúntate:
El newsletter que leen empresarios, abogadas, amos de casa, ingenieros y fruteros por igual
Cada día un email para inspirarte, ¿a qué? A vivir mejor, ser mejor, ganar mejor