¿Sabes lo que es tener algo entre manos y que llegue el jefe del jefe de tu jefe y se ponga a tu lado, mirándote a la cara y te dé la mayor lección de vida que vas a escuchar nunca?
Cuando digo «algo» entre manos, me estoy refiriendo a algo que normalmente llevamos escondido. Algo que recibe muchos nombres, tantos que podría escribirte un email de 1000 palabras solo recitándote las distintas formas que se me ocurren de hablar de un pene.
Conversaciones incómodas de baño que, vistas tiempo después, explican muchas cosas que no entendías.
Como la hipocresía de un socio sueco que también tiene «algo» entre manos.
Si hoy no tienes tiempo…
Como mínimo hay dos prioridades en la vida más importantes que el trabajo.
Y esta experiencia lo demuestra
No cometas el mismo error.
La escena sucedió como sigue.
Tienes 26 años recién cumplidos, estás empezando a sumergirte en los océanos del estrés y la ansiedad desenfrenados y te has ido al baño a coger aire (y echar agua).
Ahí, de pie, con el tema entre las manos, delante del urinario, notas que alguien más entra en ese baño enorme que da servicio a toda tu planta. Y ese alguien, en lugar de entrar en uno de los cubículos o colocarse en uno de los diez urinarios libres que quedan, decide ponerse justo a tu lado.
Te saluda y te mira a la cara mientras, con gran destreza fruto de la práctica, realiza las maniobras de descarga.
Sabías que el socio sueco era una persona extraña, pero esto sí que te pone nervioso.
¡Déjame mear en paz!
El hombre no solo te da conversación, sino que te dice dos cosas que no olvidarás nunca. Doce años han pasado, amigo lector, y aunque no recuerdo todas sus palabras, sí recuerdo los dos mensajes.
El cabr0n me estaba avisando de que iban a sorberme el alma y tenía que oponerme.
Pero no supe verlo.
Lo primero que me dijo fue que, dado que me iba a ir un par de semanas de vacaciones, asumiera que me iba a poner enfermo.
El trabajo de consultoría es un trabajo exigente, llevábamos un ritmo desmedido y lo normal era que, al bajar el nivel, los virus entrasen a cebarse conmigo.
Qué majo el socio sueco.
No le llevé la contraria. Sabía que tenía razón y por aquel entonces me ponía muy enfermo, muchas veces. Cosas de alergias alimentarias no detectadas.
La segunda cosa que me dijo es la que me hace plantearme la clase de persona que es el socio sueco.
El mismo socio al que pedí un proyecto algo más relajado, después de 3 años trabajando una media de catorce horas al día, y me recompensó con un proyecto de veinte, perdiendo semanas de vacaciones.
Lo que me dijo el hombre fue que no olvidase cuál es el verdadero orden de prioridades de nuestras vidas.
Un orden que, a pesar de todo, me sigue pareciendo de los más acertados que he oído:
—El trabajo es, como mucho, lo tercero más importante en tu vida. Primero vas tú, luego tu familia y luego el trabajo.
Es curioso que insistiera en esos valores y luego exigiera el orden inverso. Que dijera cosas como «sí, podrías negarte, pero entonces no estarías cumpliendo con lo que se espera de ti y te marcarían».
Supongo que es más fácil mantener esa escala de valores si tienes unos trabajadores tontos e inexpertos que sacrifiquen los suyos por ti.
Así que a ti, amigo lector, te lo digo con el conocimiento de causa de alguien que ya ha traicionado sus propios valores.
Primero vas tú, porque si tú no estás bien, nada lo estará a tu alrededor.
Después va tu familia creada, sean tu mujer y tus hijos o tus amigos.
A partir de aquí va lo que tú quieras que vaya.
Pero el trabajo nunca va primero.
No vaya a ser que termines así
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