Cuando empecé a salir con la que ahora es mi mujer, hace 19 años y 9 meses, teníamos una relación a tres.
Siempre salía con ellas dos, sin importar que hiciera frío, calor, lloviera o nevase.
Sin importar si íbamos a su casa, a la mía, de fiesta o a la universidad.
Su padre, mi suegro, se reía cada vez que nos veía y se metía conmigo por llevarlas siempre de la mano.
Aunque mi suegro tiene facilidad para echarse unas risas contigo.
O a tu costa, a veces no lo tengo claro.
El caso es que sí, cuando yo era adolescente, iba por la vida montado en ella.
Al colegio, de fiesta, a casa de mis amigos, a comprar, a…
Crecí en Pamplona, pero vivía en un pueblo unos pocos kilómetros en las afueras. Los autobuses pasaban cada hora y yo no tenía paciencia para esperarlos.
Así que me movía en bicicleta por el mundo.
Durante años, fuimos juntos mi señora, mi bici y yo.
El caso es que estaba tan unido a ella, a la de las ruedas, que formaba parte de mí.
Tanto, que para mí ir en bicicleta era como respirar.
Daba igual que fuera a clase o que volviera de fiesta.
Era una costumbre, algo que hacía «desde siempre», con la que recorría los mismos caminos una y otra vez.
Costumbrismo puro y duro.
Escucha, que viene la torta…, digo la lección del día.
Una noche de un sábado, como otras muchas, volvía de fiesta a mi casa algo perjudicado por los copazos.
Esa noche no había salido con mi señora, por lo que el camino de vuelta era más corto y fácil con la bicicleta.
Pamplona se unía con mi pueblo con una carretera de estas sin farolas, sin arcenes y rodeada de árboles que, por suerte, era también una cuesta descendente muy pronunciada.
Aunque fueras borracho, te subías a la bici en la parte de arriba, te dejabas caer y con el airecito te despejabas antes de llegar a casa.
Coser y cantar.
¿O no?
Con la mente envuelta en nubes de licor y cansancio y mis pensamientos puestos en todas partes menos en la carretera, me dejé caer.
Conforme cogía velocidad y el aire me daba con más intensidad en la cara, yo iba relajándome y disfrutando más del trayecto.
Hasta que… BOOM! La bici dio un golpazo contra algo, saltó unos centímetros y volvió a caer contra el asfalto.
Me agarré al manillar con fuerza y traté de dominar a la bestia.
Con éxito, por cierto, no me caí; pero el susto fue mortal.
El corazón latiendo con fuerza y las brumas del alcohol disipándose, me cagué en mí mismo por no haber visto lo que tenía que ser una piedra enorme.
Así que seguí bajando la cuesta un poco más alerta que antes.
Pero no mucho.
Y… BOOM!
Otra vez, otro salto, otro microinfarto, pero ahora con un trompazo de campeonato a lo que a mí me parecieron 200km/h.
No me preguntes cómo, pero no me rompí nada.
Salvo la ropa.
¿Por qué coño me había pasado eso dos veces seguidas en esa carretera?
Si siempre hacía el mismo camino, desde hacía años, y nunca me había pasado nada…
Al parecer, esa semana el Ayuntamiento había decidido que en aquella carretera se podía correr mucho (no sé cómo, era tortuosa y estrecha) y que había que poner dos «reductores de velocidad».
Dos baches de estos que cruzan toda la carretera de lado a lado.
El caso es que no quería hablarte del delito de conducir con alcohol en sangre, sino del error que veo en el 90% de las estrategias para triunfar en la vida.
«Es que siempre se ha hecho así».
«Es que me han dicho que esto tiene que hacerse asá».
«Es que mi web es así desde el Paleolítico».
«Es que no lo hacemos de esa forma»
Mira, hacer las cosas usando recetas, como te dice todo el mundo que las tienes que hacer, es el primer paso para cagarla.
Hay que ser crítico y no aceptar las cosas solo «porque se hacen así».
Si eres un tipo crítico, si quieres aprender a hacer las cosas por ti mismo, bien, y no con recetas guarras y cutres que no llevan a nada, entonces eres de los míos.
A la gente como tú le envío un consejo diario que le ayuda a ganar más dinero o a ganar mejor el que ya está ganando.
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