Con la mirada perdida en un punto invisible, más allá de la pantalla del ordenador y de la pared que hay detrás, con el cerebro saltando de una obligación pendiente a otra…, los minutos pasan como si fueran segundos.
Uno, dos, diez, cincuenta…
El juego del tiempo cambia las reglas cuando la mente está corriendo en círculos sobre sí misma.
Los seres humanos, por muchas altas capacidades que tengamos, solo podemos procesar una actividad cada vez.
Nos empeñamos en gestionar toda nuestra vida en un único momento.
Tratamos de resolverlo todo de golpe y nuestro cerebro, que es más listo que nosotros, nos hace una peineta de la única forma que sabe: echando humo y parando máquinas.
O haciendo saltar el motor por los aires, según el caso.
Un comportamiento normal y sensato ante una situación así suele ser parar, coger distancia y evaluar la situación con la cabeza fría.
Ordenar prioridades, descartar los imposibles, calmar los ánimos y, en última instancia, atacar la primera de las obligaciones.
La más importante, la más prioritaria, la más urgente, la más…, la que más frustración nos genera.
Mi cabeza, sin embargo, tiene un circuito de seguridad muy curioso.
Uno que me hacía la vida más fácil allá en la ETSIT (Escuela Técnica… de Telecomunicación) y que me sigue haciendo la vida más fácil hoy.
Cada examen que tenía que afrontar seguía siempre el mismo patrón: no sé, no sé, no sé, no llego, no llego, no llego, estudio, estudio, estudio y, el día antes al examen… me tocaba las narices de cualquier forma.
Jugar, leer, hacer deporte, escribir, salir…
Cualquier cosa menos estudiar.
Una especie de alejamiento técnico de la materia, para asentar lo que en realidad ya sabía, para alejar los nervios y poner mucha distancia entre ellos y yo.
Y, ¿sabes qué? Surte efecto.
Por eso, ayer por la mañana, cuando vi que cincuenta y tres minutos se habían ido en listar mentalmente todas las tareas y obligaciones (personales, familiares, laborales, de salud…) que tengo pendientes, hice algo que me sentó de cine: lo aparté todo, cogí un libro y me lo leí del tirón.
Un libro que me ha dejado el cuerpo torcido.
Un terror profundo y clásico que ataca cosas tan esenciales como la familia, los hijos, la vida y las obligaciones.
¿Sabes qué? Ese terror que tanto me ha tocado ha cumplido con un propósito muchísimo mayor: ahora lo veo todo con una perspectiva diferente.
Hoy sí podré trabajar, con la mente despejada y las pilas recargadas.
Porque todos tenemos que descansar y todos tenemos derecho a pasarlo mal de vez en cuando.
Salvo que trabajes por cuenta ajena, que es muy difícil llamar a tu jefe y decirle que hoy pasas de ir al trabajo, porque te has levantado con el pie torcido.
¿Entiendes por qué valoro tanto esto de crear páginas web y vivir de ellas de forma «pasiva»?
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