Hay historias que guardamos dentro, como un secreto muy preciado.
O más bien, como una vergüenza constante que no nos atrevemos a contar al mundo.
Esta que voy a contarte ya no es de esas vergüenzas que te consumen por dentro.
En realidad, nunca lo fue.
A lo que me refiero es a que mi familia y mis amigos ya lo conocen, ya se han preocupado, se han reído conmigo y se han reído de mí.
En ese orden.
Para más importancia de la historia, encierra una lección vital a la hora de construir algo.
Un negocio, un portal, una web, un…
Y encierra otra lección vital.
Pero vital de verdad.
Una lección que puede salvarte la vida si eres tan inconsciente como lo era yo.
Escucha, que no me estoy tirando el moco.
En esta historia pude haber muerto.
De hecho, cuando sucedió, yo mismo pensaba que iba a morir.
Lo que pasa es que la seriedad de la muerte quedó enterrada en Nocilla.
O Nutella.
O crema de cacao, como sea en donde vivas.
El caso es que yo tendría 10 años y estaba jugando con mis vecinos.
Vivíamos en un pueblo cerca de Pamplona, con muy pocos habitantes y un cementerio en lo alto de una colina.
De vez en cuando íbamos a ese cementerio.
No sé qué tienen los cementerios que todavía hoy me siguen atrayendo, pero imagínate a tres chavales de 10 a 12 años sintiéndose los más duros del universo porque están en un cementerio.
El caso es que aquel día había algo diferente.
En frente de la puerta grande, al final del camino empedrado de una pendiente que pocos podíamos subir en bicicleta, había un depósito blanco, metálico y enorme.
Más alto que el muro del cementerio.
Tenía un grifo y nada escrito.
Todos estábamos sedientos y decidimos que alguien tendría que probar para ver qué era.
La teoría fue que era un depósito para regar el cementerio.
Qué ingénuos…
Así que lo echamos a suertes.
Sabes quién perdió, ¿verdad?
Exacto, fui yo el que probó del depósito.
Mira, todavía recuerdo aquel sabor ácido, metalizado y picante en mi boca.
No puedo decirte si di un trago largo o escupí lo que me metí en la boca, pero si estoy escribiendo esto ahora es que en mi organismo no entró demasiado.
Porque después de mis aspavientos de asco, algún lumbreras decidió mirar detrás del depósito y descubrió lo que deberíamos haber descubierto antes.
Un precioso cartel triangular, con borde negro, fondo anaranjado, una calavera y unas tibias.
El depósito era pesticida industrial para los campos de cultivo de alrededor.
¿Sabes qué hice al descubrir que iba a morir?
Cogí la bici y pedaleé como un loco hasta mi casa pensando en la única cosa que tenía que hacer.
Entré por la puerta, saludé a mi madre y fui directo a la cocina.
Saqué tres rebanadas de pan de molde.
El bote de Nocilla.
Y me hice un sandwich triple bien cargado de chocolate para untar.
Si iba a morir, lo haría como un rey.
Nadie supo nada de todo esto hasta 20 años después.
Escucha.
Cuando quieras que la gente haga o no haga algo, déjaselo bien clarito.
Lo primero que tienen que ver al entrar en tu web, entren desde donde entren, es esa misión que tienes para ellos.
Qué servicio ofreces.
Qué producto.
Qué marca.
Qué…
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