Cambiar tu vida, cambiar tu trabajo y triunfar en ambos mundos es una cuestión tan simple como intangible.
No se trata de aprender, hacer, tener o ganar. Se trata de algo mucho más simple. Lo que pasa es que todo lo simple que tiene en su concepción, lo tiene de jodido en su ejecución.
Visualiza si no esta escena real que viví el viernes.
O el jueves.
O el miércoles…
Porque resulta que la persona que va a protagonizar este correo es alguien con quien me cruzo prácticamente a diario.
No sé cómo se llama, pero sí sé que sale a pasear con su bebé a la misma hora que salgo yo a dar un paseo (o correr, o andar en bici o lo que me apetezca ese día).
Es un hombre grande, más o menos de mi edad. Está en ese punto en el que ser grande puede pasar pronto a considerarse gordo. Por las veces que lo he visto, a duras penas se mantiene en el punto correcto y, seguramente, lo sobrepase en cosa de un par de meses.
Camina a pasos largos, como si quisiera terminar cuanto antes con el paseo. Algo curioso si tenemos en cuenta que me lo he encontrado en todos los extremos de Boadilla, lo que indica que caminar, camina MUCHO.
El hombre empuja un carrito de bebé de la marca Bugaboo, los mejores carritos que hay, de color rosa chicle.
Y lo empuja con una incomodidad que se ve a la legua.
Da igual que su hija esté diciendo esas cosas tan graciosas que dicen los bebés cuando empiezan a balbucear.
O que llore porque tiene hambre.
O que duerma como solo saben dormir los bebés.
El hombre, su padre, siempre está mirando alrededor con esa mirada esquiva de quien no quiere que nadie le mire. Nunca mira hacia abajo, hacia el bebé, pero tampoco mira al frente, como quien disfruta de un paseo ensimismado en su mundo.
Ni siquiera camina con esa cara de zombi que llevamos los padres primerizos que no duermen por los llantos, biberones y el miedo a que algo vaya a pasarle a esa criatura que vino sin manual de instrucciones.
Mira con preocupación de que los demás nos fijemos en que existe. En que empuja un carrito de bebé rosa.
Y nunca sonríe.
Es imposible disfrutar de tu hijo, de ti mismo, de tu trabajo, de la vida o de nada si dejas que el poder de tu felicidad resida en los demás.
Y no solo estoy hablando de nosotros, los que nos cruzamos con él cada día. También estoy hablando de su hija y de cualquier otro ser humano por el que este señor sienta que debe o no debe hacer algo.
Cuando te liberas del peso que ejercen los demás en tu propia vida es cuando empiezas a hacer cosas increíbles.
Cuando disfrutas de empujar un carrito rosa, haciéndole monerías ridículas a esa criatura de pocos kilos que llevas en él, empiezas a hacer cosas increíbles.
Cuando…
¿Sabes la cantidad de gente ahí fuera que se siente intimidada por ti? Por lo que sabes, por lo que parece que sabes, por lo que tienes, por lo que…
Más o menos la misma por la que tú te sientes intimidado.
Si en lugar de fijarte en los que te lo hacen pasar mal te fijas en los que querrían estar aprendiendo de ti, un nuevo mundo se abre ante ti.
Un mundo lleno de satisfacción, realización y billetes.
Porque para vivir bien necesitas una mente despejada, autoestima y billetes.
Y no hay nada que complete más esa satisfacción, realización y billetes que darte cuenta de lo mucho que los demás pueden aprender de ti; de lo mucho que puedes sacar tú de ese conocimiento y esas habilidades.
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Es imposible escuchar ese audio y salir pensando que tú eres diferente y que no tienes nada que ofrecer.
Porque verás por ti mismo el éxito y el fracaso de tantos proyectos y tantas ideas que, aunque no quieras, se te empezarán a ocurrir tus propias ideas.
Y ese es el primer paso para empezar a generar tu propio dinero y tu propia satisfacción.
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