La vida tiene la maldita manía de darnos golpes de realidad cuando menos los necesitamos.
Como dice el título de este post, esto no es para ti y no voy a tratar de venderte nada.
Es para mí, para recordarme por qué hago esto.
Mira, no soy de los que se anda con rodeos: acaba de morir un vecino, un amigo.
Seguramente no debería estar aquí sentado escribiendo esto, pero a mí las cosas me van mejor cuando las escribo. Y esto es algo que hay que escribir.
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Luismi tenía 44 años y un cáncer que sabíamos que iba a acabar con él. Lo sabemos desde que lo conocimos hace 3 años.
Pero saber que va a pasar algo no quita el peso que tiene cuando sucede.
Eso de que el tiempo cura o que uno se acostumbra a este tipo de sucesos, es la mayor mentira que te han contado nunca. Yo empecé en esto de los velatorios fuerte y pronto. 4 muertes en un mismo mes de abril del año en que cumplía 10 años.
No fueron cuatro personas de 90 años, fue una de 24, dos de treinta y muchos y una de 93.
Y luego llegaron más. Accidentes, muertes naturales, cáncer… En días como hoy odio tener tan buena memoria y poder decirte que es la muerte cercana número 23.
Cercano de verdad, al abuelo del tío del padre de un compañero del colegio no lo cuento. Ni siquiera cuento a la madre de la chica que me gustaba cuando tenía 16 años.
Hablo de muertes que hacen mella en ti de forma directa, no indirecta.
Que dejan tras de sí unos niños pequeños, una mujer y una familia que, a pesar de llevar años luchando contra lo inevitable, están ahora mismo devastados.
Escucha, que esto no es un repaso de las muescas de muerte que hay en mi vida. Es un homenaje a su recuerdo y a algo mucho más importante.
Cada vez que alguien se va, cada vez que alguien joven se va, la vida cobra una perspectiva diferente.
Lo importante, lo verdaderamente importante, no es todo lo que acumulamos.
Ni en forma de dinero o cosas materiales, ni en forma de reconocimientos o éxitos intangibles.
Lo único que realmente importa es lo que vivimos, lo que sentimos.
Lo que importa es irte con tus hijos a comprar peces para la pecera. Pasar un rato de risas con ellos, de abrazos, de tonterías… Y de lágrimas y discusiones, sí, porque las cosas malas también suman.
Lo que importa es poder estar ahí.
Poder disfrutar de los que quieres, poder sentir con ellos (en lo bueno y en lo malo) y poder sentirte satisfecho con lo que estás viviendo.
Escucha.
Yo no hago esto de las webs, el SEO o las asesorías a gente como tú por hacerme rico.
Las hago para poder estar en mi casa, con mi familia.
Las hago porque me harté del estrés, la angustia y la ansiedad de ser gerente con docenas de personas a mi cargo y otra docena de energúmenos encima gritándome porque sus números no cuadran.
Las hago porque esta es la mejor forma que he encontrado de que mi vida, en negrita, vaya por delante de todo lo demás.
Y por eso te lo cuento cada día.
Porque sé que tú y otros como tú queréis hacer lo mismo.
Queréis que, el día que alguien cercano fallezca, podáis abrazar a vuestros hijos, vuestra familia, vuestros padres, vuestros amigos…, y dedicarles el día (o la semana) sin tener que sentiros mal porque dejáis a un cliente colgado, porque un jefe quiere que termines no sé qué informe o por lo que sea que tu trabajo te presione cada semana.
Todavía recuerdo la «bronca» que me cayó por cancelar un vuelo de trabajo porque me iba a Pamplona al funeral del abuelo de mi mujer.
Porque no era familia directa.
Mira, voy a dejarlo aquí y no voy a venderte nada.
Porque la vida es más importante que los cientos de euros que pueda ganar escribiendo un post o mandando un email.
Para mí, y para ti.
Lo que quiero es que cierres este artículo, des un abrazo, un beso, a esas personas que quieres y busques la forma de que ellas y tú seáis el centro de tu vida.
No el trabajo.
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