Voy a empezar el año fuerte, muy fuerte.
Agárrate que el email de hoy es duro.
Dice Forrest Gump que la vida es como una caja de bombones, seguro que lo has oído alguna vez.
Lo que quizá no hayas oído es que se equivoca. Al menos en parte.
Es cierto que en la vida todo tiene un número limitado de usos, como los bombones, pero lo que no es verdad es que sepas cuántos te quedan para terminar la caja.
Imagina que vuelves a ser un joven a estrenar y estás con tus amigos tirando la tarde en ese sitio al que solíais ir. Un bar, un parque, un…. lo que sea.
Uno de esos días en los que os echabais unas risas, bebíais unas cervezas, jugabais a algo o lo que fuera. Donde la única preocupación que tenías era si el dinero de la semana te llegaría para tomarte una copa más.
O si la chica que te gusta pasaría por allí, hablaría contigo o cualquiera de esas cosas que te hacían sudar un poco.
Ese día, volviste a casa y no sabías que era la última vez que saldrías de esa forma.
La última vez que ella te miraría con picardía y que sentirías esas mariposas en el estómago y en otras partes de tu cuerpo.
Luego llegaron las preocupaciones de adulto, las vidas complicadas, las resacas de dos días y todo eso se acabó.
Quien dice la última tarde, dice el último día de piscina.
El último día de colegio.
De universidad.
El último paseo en bici con tus amigos de cuando eras pequeño.
El último verano de niño.
El último abrazo a tu abuelo.
O el último día que sales a la calle sin que exista una cosa llamada coronavirus.
Vale para todo.
Mi hijo pequeño va a cumplir ahora 3 años. Va a la escuela infantil desde que la pandemia nos dejó volver a la «normalidad». Y llevará casi un año yendo en ruta, para ahorrarnos casi una hora de coche a su madre y a mí.
Hoy, al subirlo al minibus en el que va, me he dado cuenta de que esa es la última vez que va a ir con Maite, la conductora.
Y antes de ella, hubo un día que fue el último que era Mari la que lo conducía.
Pero es que hoy es también la última vez que va a ir a la guardería.
Mira, el otro día se estuvo partiendo de risa por una de esas tonterías «de padre» que tanto funcionan cuando son pequeños y me fijé en que mi hija mayor (casi 7) nos miraba con cara de «pobres tontos, que se ríen de cualquier cosa».
¿Cuándo dejé de tener a esa hija-bebé que se reía de las mismas tonterías y se convirtió en la señorita que es hoy?
Por eso me fijo muy mucho en cada risa espontánea e inocente de los dos. Por eso dosifico las bromas que sé que funcionan, no vaya a ser que se gasten.
Porque cada día se termina algo y, sin darte cuenta, la vida pasa de largo.
De algunas sí que te das cuenta, sobre todo si tienes con qué comparar (como un hijo mayor y otro pequeño), pero la gran mayoría pasan de largo sin que te enteres.
Te voy a decir una cosa que podría parecerte maravillosa. A mí me parece horrible, ya te lo anticipo.
Hoy y no mañana es el momento de tu vida en el que más oportunidades te quedan por delante.
Nunca te van a quedar tantas, porque mañana serán menos.
Cuanto más jugo les saques, mejores serán las que te queden.
Por eso envío un consejo cada día. Para contarte la forma que usé yo para desprenderme de un trabajo que no me hacía feliz y que me hacía perder oportunidades a un ritmo vertiginoso sin que yo me diera cuenta.
Te lo digo por si quieres aprovechar esas oportunidades y que lo que hagas hoy repercuta en que las oportunidades de mañana sean todavía mejores.
Te apuntas aquí:
Si quieres dejar tu comentario, apúntate:
El newsletter que leen empresarios, abogadas, amos de casa, ingenieros y fruteros por igual
Cada día un email para inspirarte, ¿a qué? A vivir mejor, ser mejor, ganar mejor