Esto es algo que solo te voy a contar a ti.
Tú, que tienes una sensibilidad especial para saber de qué hablo y quizá te ahorre un par de disgustos muy serios.
Cuando mis ingresos web empezaban a despegar, una supuesta gurú del marketing y las ventas me dijo que podía vivir de los libros que tenía escritos (y de los que escribiría).
No sé si te lo he dicho ya, pero yo empecé en este mundo de las webs porque quería ser escritor. Así que me quedé a escuchar lo que tenía que decir.
Poco a poco, esa gurú me fue ofreciendo ciertos intercambios por su «conocimiento».
Una ayuda con esto, una ayuda con lo otro…
Hasta que un día me pidió que le llevase sus páginas webs. Mantenimiento, mejoras, actualizaciones, soporte 24×7…
Si quisiera mentirte, te diría que ahí me di cuenta de la estafa.
De que ese servicio cuesta mucho más de lo que ella me podía dar.
De que su parte de «conocimiento» era un refrito mal comprendido de cosas que yo ya había oído en un master digital hacía unos años.
De que me estaba pagando muy por debajo del mercado por un trabajo de muchas horas y mucho conocimiento.
De que me exigía sacrificios por la noche, en fin de semana o cuando fuera, sin pagar por ello.
De que al ver sus webs por dentro, su mensaje de éxitos y ventas de libros por miles era mentira. Porque no vivía de vender libros, vivía de contar a los demás cómo vivir de vender libros.
Pero no me di cuenta de nada de eso y seguí adelante.
Y no solo seguí adelante, sino que sus «consejos» destruyeron mi mejor web. Pasé de recibir 1500 visitas diarias a menos de 300 gracias a su majestad, la experta en marketing digital.
Lo que es peor: pasé de facturar unos cuentos de euros mensuales a facturar cero, 0, nada, nothing.
Esta experta manipuladora de expectativas e ilusiones siguió llevándose un trabajo titánico por nada. Y dejó de llevárselo por algo tan increíble que me sigue costando entender que sucediera.
Te cuento.
El 29 de noviembre de 2018, mientras acompañaba a que ingresaran a un familiar muy cercano por una complicación con una neumonía, la susodicha me llamó y me dijo que era urgente que le preparase una propuesta web para una editorial.
Tenía que cerrar un trato muy bueno con ellos y el pilar central era una renovación web que, como ella no tenía ni papa, necesitaba que yo definiera y presupuestase.
Una propuesta que, por supuesto, cobraría ella y de la que me pagaría la tarifa que ya teníamos convenida entre ambos (ja!).
Pero eso tampoco me importó.
Le dije que entendía que para ella fuera urgente, pero que yo estaba en el hospital ingresando a un familiar y que no podía hacer nada.
Que si esperaba al siguiente, lo haría.
¡BOOM!
Cataclismo, horror, traidor, ser despreciablle, despojo humano…
¿Cómo puedes hacerme esto a mí?
Quitando los insultos que recibí vía mensajería, en menos de una hora me llegó un email que decía que dejábamos de trabajar juntos.
Que me había quitado los permisos de administración de todas sus webs, sus redes, sus cuentas, sus…
Y que buscaría a otro para llevarle la parte técnica.
Me echó de todas partes todo lo rápido que pudo y empezó a sembrar desconfianza hacia mí en todo su entorno.
¿Por qué?
Dejaré que seas tú el que decida.
El resultado de todo aquello es más que evidente: empecé a crecer como la espuma:
Juzga con tus propios ojos.
Esto es la misma web que ella destruyó, empezando en las fechas que terminaba la gráfica anterior.
Dos años después de recuperar las riendas de mi propio proyecto.
Un 2400% más de tráfico, con casi 6000 visitas al día.
Me costó mucho deshacer los desastres que «aprendí» de esta experta, pero esa web empezó a dar casi 1000€ al mes a principios de 2020.
¿Cómo?
Primero, aprendiendo a mirar a los expertos con ojo crítico, filtrando a los que realmente lo son, de los que quieren parecerlo.
Segundo, con todo lo que les cuento a mis suscriptores cada día.
No son recetas mágicas, son experiencias reales:
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