Hace ya unos años, me escribió un tipo para que le hiciera una página web.
El tipo en cuestión adornó su petición como suelen hacerlo los que no quieren pagar por tu trabajo: «esto es fácil… nada complicado… en el futuro querría… ya tengo trabajo hecho…».
Pero oye, era 2016 y yo necesitaba clientes.
Era mucho menos selectivo que ahora, porque ganaba 20 veces menos.
El caso es que, en un email más largo que este post, le expliqué en qué consistía mi servicio, qué tipo de páginas hacía, hasta dónde llegaba, dónde no…, y cuánto cobraba por hacerlo.
Y el tipo me contestó de malas formas.
De muy malas formas:
«Eso es un robo, tu trabajo no vale tanto, lo podría hacer yo mismo…»
Como entonces yo era un tipo preocupado por los haters, preocupado por que los demás entendieran mi punto de vista (y necesitado de dinero), le expliqué con detalle por qué cobraba lo que cobraba.
Le hablé del tiempo de desarrollo, del análisis de sus requisitos, de la investigación del sector, del soporte, de la calidad del trabajo, de…
Y se enfadó muchísimo más.
Me dijo que estaba en una academia y que había un curso de WordPress, que se apañaría con eso.
Por cierto: el curso aquel era mío xD.
Escucha, que aquí viene lo divertido.
Meses más tarde, recibo otro correo suyo:
«Hola, David:
La web está operativa, la he construido siguiendo tu curso, pero no consigo que quede como yo quiero. Me gustaría que …
He creado cuenta en tal y cual, pero no sé integrarlo.
Tampoco consigo que las fotos queden como yo quiero.
Quiero que me orientes en mis dudas y me cambies el aspecto de lo que ya tengo hecho. Sin pagar el precio completo, que ya hay muchas cosas hechas.»
Pues sí, amigo, tienes que pagar el precio completo y no, el trabajo que has hecho no vale para mucho.
¿Sabes por qué?
Porque su web era un collage de cosas aleatorias que no llevaban a nada.
La web no tenía alma, no tenía objetivo, no tenía propósito de existencia.
¿La web que le hice yo quedó más bonita? Tampoco demasiado, que estaba empezando en esto (recuerda que fue hace más de 6 años.
¿Entonces por qué quedó extremadamente satisfecho?
¿Por qué me pagó casi el doble de lo que cobraba yo por una web durante ese año?
Porque le di un propósito.
Cogí sus ideas, las tiré a la basura y le llamé por teléfono: «¿tú qué necesitas de esta web?».
Después de hablar con él entendí la utilidad que tenía la web dentro del esquema de su negocio y reformé todas sus páginas para que respondieran a esa utilidad.
Y sí, la hice más bonita y resultona, pero eso es lo de menos.
El tío empezó a recibir emails de contacto pidiendo información sobre el servicio que ofrecía. Un tema de entretenimiento para adultos (no sexual, que ya te veeo venir).
Le aporté valor.
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