De este email quizá salgas pensando que soy gilipollas.
Que soy un héroe sin capa.
O que soy todavía más gilipollas.
Te cuento.
Hace 13 años me tomé uno de los cafés más caros que he bebido, en un hotel de 5 estrellas de Madrid y me sentí extremadamente sucio.
Y tomé la decisión de que nunca, nunca, nunca, iba a vivir algo como aquello.
Los padres a veces intentan ayudar y consiguen lo contrario.
No entienden que parte del proceso de convertirse en adulto consiste en la realización de ser capaz de vivir sin ellos.
No por ellos, sino por demostrarte a ti mismo que eres capaz.
Te pongo en situación:
25 años, sin trabajo, con dinero para sobrevivir unos meses y viviendo en una ciudad nueva sin nadie que te eche un cable.
Un par de niños que empiezan a vivir juntos, se casan, dejan a sus familias, a sus amigos y de pronto se hacen mayores.
Mi padre, por eso de hacer las cosas más fáciles, decide echarte un cable lanzándote lo que se conoce como un enchufe (de manual).
No con alguien cualquiera, sino con uno de los directivos de una de las compañías tecnológicas más grandes de España.
De esas con facturaciones de un par de miles… de millones.
Así que allí estaba yo, en un hotel de 5 estrellas de Madrid en el que casi no podía pagarme ni un café, con mis mejores galas y «dándole el curriculum» al buen señor.
Lo que descubrí rápido es que no le estaba dando el curriculum.
El hombre estaba calibrando si «el hijo de» tenía madera para hacer algo útil o no.
Por eso de buscar una excusa para darle a su santo padre cuando lo mandase a tomar viento o…
Cuando vio que prometía, prácticamente me hizo una oferta.
Dijo que en su empresa preferían un equipo de gente en la que pudieran confiar, una familia, antes que contratar a un cualquiera.
No me gustó la idea.
No porque Miguel pareciera mal tipo, el trabajo estuviera mal pagado o no tuviera proyección.
(Las cosas hubieran sido muy distintas, sin tanto sufrimiento y quizá con un desenlace peor)
No me gustó porque no conseguía ese trabajo porque yo valiera para él o porque tuviera algo especial, si no porque era hijo de quien era hijo.
No era mi logro, era el de mi padre.
Esa misma cabezonería es la que me llevó a avanzar por el camino difícil cuando empecé a crear páginas web.
Nada de mentores.
Nada de academias.
Nada de atajos.
Simple y llanamente trabajo duro, muchos tortazos y mucho reencontrar los trocitos y jutnarlos de nuevo.
¿Lo bueno?
Que aprendes trucos y triquiñuelas que no aprenderías de otra forma y te endureces más que las manos de un leñador.
¿Lo malo?
Que la mitad de las tortas que te das te las podrías haber ahorrado si hubieras escogido un camino más acompañado.
De esos que te enseñan todo lo que necesitas saber, sin quitarte la satisfacción de ser tú el que lo consigue.
Y por eso ahora hago dos cosas que no hacía antes.
La primera es pagar por ahorrarme tiempo de viaje.
En torno a 10.000€ en formación cada año, sin contar las subcontratas y otras inversiones.
La segunda es crear los cursos que me hubiera gustado tener a mí cuando empecé en esto.
Cursos que no solo te enseñan la teoría, sino que te enseñan la práctica y esos trucos y triquiñuelas que solo se aprenden en las trincheras.
Todo con los pies en el suelo.
El vendehumismo que tanto vende en internet hoy en día es como un curriculum lleno de mentiras: a veces sale bien, pero normalmente cae por su propio peso.
Decirte que te harás rico con este método sería mentirte a la cara.
«¿Porque no puedo hacerme rico?»
No, amigo entrecomillado, porque hacerte rico depende de ti, no del curso.
El curso te da las herramientas que necesitas para ganar dinero por internet utilizando tus pasiones, tus aficiones y esas cosas que ya te gustan.
Herramientas que sirven para ganar cien, mil o diez mil al mes.
Todo depende de cómo las utilices.
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