El correo de hoy tiene dos partes:
- Una historia que no interesará a casi nadie
- Una conclusión que interesa a todo el mundo
Puedes saltar directamente a la conclusión.
O quedarte a leer la historia de la falda pantalón.
El fin de semana salimos a probar las nuevas bicis de mis hijos.
O debería utilizar un tiempo verbal complejo de esos que no se deben usar, como «íbamos a haber salido».
Aunque al final salimos.
El caso es que, por norma general, dejamos que mi hija elija su ropa.
Tiene 7 años.
La ropa es importante para ella.
Así que decide ponerse una falda pantalón que le regalaron sus primas.
Y empieza a construir en su cabeza el placer de utilizar esa falda pantalón.
Que es una falda, y es bonita.
Y es pantalón, y por tanto práctico y calentito para ir en bici.
Y es doblemente bonita, porque era de sus primas.
Total, que invierte un buen rato de la mañana en hablar de la falda y en buscarla por su cuarto.
Yo aprovecho el impasse para sentarme a escribir ideas para mis newsletters.
Hasta que escucho…
El drama
Cuando tienes hijos sabes distinguir perfectamente los llantos que importan, de los que no importan.
Los que importan tienen mucho sufrimiento detrás.
Un sufrimiento profundo que, cuando lo ves, te duele como si fuera tuyo.
Así que, cuando oigo un par de gritos de enfado y la primera lágrima, sigo con mis teclas.
Está con su madre, no parece importante, pero…
Dos sollozos más tarde, el llanto cambia y mi hija explota desde dentro.
Con fuerza, con dolor.
¿Será por la falda pantalón?
Me levanto, salgo del despacho y voy a la zona de guerra.
Es por la falda pantalón.
Resulta que su recuerdo no era correcto y la falda pantalón es solo «un pantalón corto normal y corriente», según sus palabras.
Sigue siendo de sus primas, sigue siendo bonito, pero no es una falda pantalón.
Sus ilusiones destrozadas.
Su echar de menos a las primas se suma a la ecuación.
Su falta de sueño…
Su…
Y todo sale en forma de lágrimas, llantos y dolor.
Escucha, que aquí viene la conclusión.
El mundo nos hace creer que todo vale.
Que podemos mentir en el CV y así parecer mejores.
Que mentir en las comidas familiares para parecer más de lo que eres es lo que hace todo el mundo.
Que la publicidad engaña y si compras un desodorante de marca concreta, las modelos caerán rendidas a tus pies y te hincharas a f0llar.
Que las empresas son «las mejores en su campo» y tienen a «los mejores profesionales».
O cosas similares.
Y, en realidad, todas esas mentiras solo sirven para conseguir una de dos cosas.
O bien las detectas y dejas de creerte nada de lo que diga la empresa en cuestión…
O bien te las crees y te llevas un sopapo de realidad cuando descubres que no son ciertas.
Si eres bueno, dilo.
Pero no digas «soy el mejor consultor SEO de España», que no se lo cree nadie.
Di en su lugar «docenas de clientes reciben diez veces más tráfico y clientes gracias a mi trabajo como SEO».
Y luego lo demuestras.
En público o a quien te dé su email.
Pero lo demuestras.
Para que no se lleven la sorpresa de que la falda-pantalón que les ofreces, es en realidad un pantalón raído.
Que el problema no es el pantalón.
El problema son las expectativas falsas que has creado.
Y gestionar un pantalón roto es fácil.
Gestionar unas expectativas que no se pueden cumplir es muy difícil.
Con mi hija, y la magia de un padre maravilloso, se puede salir del drama en veinte minutos.
Con un cliente cabreado porque tu publicidad le ha engañado, lo tienes jodido.
Por eso tengo un newsletter en el que te cuento, día a día, de qué formas puedes crecer, simplificar y construir una vida de éxito a tu alrededor.
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Para que sepas cuándo tienes una falda, cuándo un pantalón y cuándo una falda pantalón.
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