En mi casa pasa algo muy curioso.
¿Sabes eso de que los niños no mienten y siempre dicen lo que piensan?
Bueno, pues hay otra cosa que no te cuentan.
Los niños pequeños son literales con la forma de hablar y de entender lo que dices.
Si, por ejemplo, le dices a tu mujer que no «haga sangre» con eso que le ha pasado, acto seguido puedes encontrarte a tu hijo pequeño mirándote con cara asustada.
–¿Mamá, dónde está la sangre?
Vale, esa era fácil.
Avancemos un nivel más.
Ayer estaban en sus clases de esquí, demostrando que tienen algo innato ahí dentro que les hace coger las posturas de forma totalmente natural.
Bueno, y el pequeño tiene a su hermana mayor, de la que aprende más que de cualquier profesor.
Su padre (o sea, yo) se siente orgulloso, pero también siente cierta presión familiar para aprender eso de deslizarse sobre dos tablas por la nieve.
El caso es que Sergio, el profesor, les hace varios juegos para terminar la clase, en los últimos 5 minutos.
El cohete, las tablas…
Así que ahí estaban los dos, subidos en una tabla y bajando como locos pegando gritos por la pista.
Y llega Sergio y les dice:
–Venga, la última y ya.
Mi mujer y yo nos miramos y nos reímos, porque sabíamos lo que venía después.
Les sube, se tiran, disfrutan y Sergio se prepara para recoger las tablas.
Y ahí está mi hijo pequeño para recordarle que no:
—Ahora la ya.
Y se monta en la tabla con su carita sonriente esperando a que Sergio le suba otra vez hasta arriba.
Escucha.
En mi casa la última no es la última, es la penúltima.
Porque cuando dices «la última y ya», estás dando a entender que después de la última viene la ya.
¿Rebuscado?
Sí, pero es la forma en la que mi hijo nos lleva timando un extra desde hace mucho tiempo.
Si quieres que sea la última, tienes que decir «esta es la ya».
Sergio no lo sabía, así que Sergio tuvo que subir otra vez a los dos niños hasta arriba de la pista para correr con ellos hasta el final.
Esto funciona así.
Cada vez que prepares un texto para una página web, cada vez que pienses en tu propuesta de valor, en las palabras que utilizarás para llamar la atención de tus usuarios, acuérdate de mi hijo.
O del tuyo, el del vecino o el que quieras.
Cualquier texto que escribas, tiene que sobrevivir al escrutinio de un niño pequeño.
Si ese niño pequeño no va a entender lo que dices o, peor aún, va a poder entender otra cosa distinta, ya estás tardando en cambiar la forma en la que lo explicas.
Por eso yo te digo ahora y con claridad cristalina que escribo un email todos los días con consejos para que tú y tus proyectos lleguéis más lejos en internet, a más gente y con mayores probabilidades de éxito.
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Mientras tanto, seguiré intentando que mi hijo comprenda que eso de «la ya» no va a funcionar más.
Deséame suerte.
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