En el Everest de los momentos malos, de las cargas de trabajo inasumibles, con el estrés, la ansiedad y el cansancio fluyendo con fuerza por mi vida, conocí a una chica.
Una chica inocente, joven, de cara risueña y ojos vivos.
Una chica que no era consciente de dónde estaba entrando o con quién se estaba juntando, pero que no perdió la sonrisa.
Ni siquiera el día D.
La conocí a principios de 2012 y, no te voy a engañar, casi no le presté atención hasta ese día concreto.
Ni a ella ni a nadie, tenía demasiado trabajo.
Por motivos que no vienen al caso, empecé a viajar a Holanda todas las semanas.
Había un jefazo que necesitaba a un hombre orquesta capaz de llevar el peso del mundo sobre sus hombros, que pudiera trabajar horas y horas como una mula sin quejarse y que fuera barato.
Pero incluso los mejores tienen sus límites, y yo estaba cerca de sobrepasar los míos.
Si no lo había hecho ya.
No, en realidad ya los había pasado, pero tardé mucho en darme cuenta.
Así que le dijeron a esta chica tan simpática, joven y de mente virgen pendiente de reescritura, que se viniera conmigo.
Sobre las 5:30 de la mañana de un lunes de febrero nos encontramos en la terminal 1 del aeropuerto de Barajas.
Un rato más tarde, ya en la cola de embarque, escuché una voz nada dulce soltar un juramento que hubiera hecho llorar a mi abuelo, hombre de campo que luchó en la guerra y vio morir a todo su pelotón.
Mi querida aprendiz había descubierto que su DNI estaba caducado y no podía volar.
El horror.
El resto del equipo volamos para cumplir con nuestras obligaciones, pero estuvimos muy pendientes del avance de sus aventuras.
Su novio, bendito él, le llevó su pasaporte hasta el aeropuerto.
Un lunes por la mañana.
En Madrid.
En hora punta.
Si eso no es amor…
Atiende, que cogió el vuelo por fin, pero esto no había hecho más que empezar.
Holanda es un país en el que, si los trenes van bien, todo fluye de maravilla.
Pero si van mal… Si hay algo que corte una vía…
Sabes qué le pasó a esta chica, ¿verdad?
Que no solo había una, sino DOS vías cortadas.
No quiero aburrirte con los detalles, pero eran las 23:00 cuando la vi entrar por fin en el hotel. Casi 20 horas después de iniciar su viaje.
¿Y qué hizo?
Sin decirnos nada ni a mi jefe ni a mí, fue a la barra del bar, pidió dos pintas de cerveza, vació la primera de un trago, cogió la segunda y se vino a nuestra mesa.
Algo más tranquila, nos dijo que esto no era para ella.
Que ella había estudiado algo sobre ecología y medio ambiente, que quería salvar el planeta, hacer algo que ayudase a minimizar nuestro impacto en él… Y que una consultora grande y desalmada como la nuestra no era lo suyo.
El hecho de hacer tantas pruebas de impresión como hacíamos, de tener docenas de pantallas y ordenadores encendidos 24×7, de viajar una y otra vez sin necesidad o de tener que imprimir las facturas en papel para justificar los gastos eran cosas con las que no podía vivir.
En aquel momento dejé de ver a la niña que no sabía nada de SAP y vi a la mujer que, en realidad, era dos años mayor que yo.
Y me dio envidia.
Tenía las cosas claras, tenía principios e iba a hacer lo que todos pensábamos y nadie hacía: salir de allí.
¿Sabes qué pasó?
Que estamos en el año 2022 y celebra 10 años en esa empresa.
9 años y 11 meses más de los que debería.
Las empresas, sobre todo las grandes, están preparadas para reeducar a sus empleados y amoldar sus principios a los que ellas necesitan.
Esta chica tenía unos principios y unas líneas rojas muy sólidas, pero hasta la roca más dura termina cediendo a una gota de agua que le cae encima durante suficiente tiempo.
Un mes, luego otro, luego un año, luego otro… Y al final tu mentalidad ecologista y verde queda aplastada por las promociones, los proyectos, las propuestas y…
Escucha, que este post ha quedado un poco oscuro, pero lo que quiero transmitirte es un montón de luz.
De la misma forma que alguien externo puede moldearte con tiempo y esfuerzo, tú mismo puedes cambiar tu manera de ver el mundo, tu trabajo y tus conocimientos con un poco de tiempo y paciencia.
Solo necesitas dos cosas: la voluntad de cambiar y algo de tiempo para hacerlo.
Si en 2012 me hubieras dicho que unos años más tarde viviría de mis propias páginas web sin rendirle cuentas a socios trajeados para los que solo somos carne de cañón, me hubiera reído en tu cara.
¿Que cómo lo hice?
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