Tenía dos formas de enfocar este post, una personal y otra profesional.
Las dos llevan a la misma conclusión y cuentan una historia más o menos parecida, pero…
¿Cuál te apetece leer más?
Sí, a mí también.
Por eso vamos a hablar de mi trabajo…
…
…
Venga, va, no, es una broma. Una broma difícil de transmitir por escrito; aunque oye, hay que probarlo.
Al lío.
Como quizá hayas extraído de mis sutilezas a la hora de hablarte de mi salud mental, durante muchos años estuve yendo al psicólogo.
Ahora no voy porque ese psicólogo me pilla muy lejos y, ahora que mi vida no se cae a pedazos, no me merece la pena gastarme el dinero que cuesta ir cada semana con él.
Bueno, y porque la psicóloga que conocí el año pasado ha decidido pasarse a otra clínica a tratar solo a niños.
El caso es que, cuando iba con Enrique, con ese señor que cobraba 100€ por menos de una hora y se fumaba media cajetilla de cigarros por sesión, había una cosa que se me quedó grabada.
Una no, fueron muchas, pero te quiero hablar solo de una.
No sé si has ido a terapia. Yo sí, y nunca me he encontrado a otro psicólogo como él.
Más que terapia, lo que hacía era darme clases de psicología.
Con apuntes y todo que guardo con mucho cariño y que, como todos los apuntes que he tomado en mi vida, no he leído nunca.
Cuando este hombre te llevaba a una paradoja vital (querer algo y lo opuesto a la vez), de estas que te rompían el cerebro en trozos, te daba una palmadita en la espalda, te echaba de la consulta y te decía que cuando lo procesases volvieras.
O, si tenías una crisis de ansiedad tan brutal que no podías hablar, te decía que esperases a que las drogas hicieran efecto, que no merecía la pena hablar contigo en ese estado.
Pues este hombre al que admiraré siempre, cuando ya me dieron el alta, me dijo lo siguiente:
«Mira, David, mucho de lo que hemos hecho aquí te lo podía haber dicho tu mujer o algún amigo. Si encima tuvieras amigos psicólogos, hubieran usado hasta la terminología correcta.
Pero eso no te hubiera servido de nada.
Para que estas cosas funcionen hacen falta dos factores. El primero es que sea alguien externo, ajeno a ti, el que te lo diga. El segundo es que le pagues por decírtelo. Te tiene que doler en el bolsillo.
Así que quiero que ahora, cada semana, te reserves media hora para hacer un repaso de cómo estás y metas 5, 10 ó 20 euros en un bote.
En unos meses podrás hacerte un regalo por un trabajo bien hecho. Pero ese dinero tiene que desaparecer de tu bolsillo».
Escucha, que parece una gilipollez, pero es clave en esta vida.
No nos tomamos en serio las cosas que son gratis.
Algunos dicen entonces: «pues ponlo a 1€». Pero mira, poner un precio ridículo no solo no deja de considerarse «GRATIS», sino que pasa a perjudicar tu mensaje.
Si solo crees que vale un euro… vaya mierda es, ¿no?
¿Que puedes aprender todo lo que quieras con vídeos de YouTube y foros?
No te digo que no, pero o tardas una eternidad o lo dejas a medias. O peor aun, tardas una eternidad y encima lo dejas a medias.
No eres tú, es nuestro cerebro, que está programado así. Si no nos cuesta, no nos motiva.
Por eso yo decidí subir los precios de todos mis cursos hace tiempo.
Y no solo por la razón obvia (más rentabilidad por curso), sino porque me di cuenta de que vendía muchísimos más cursos y, más importante todavía: los alumnos se lo toman ahora más en serio.
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