Te voy a contar algo que si tienes un negocio, te interesa.
Y si tienes una página web y no quieres llamarla negocio, también.
Y si pretendes ganar dinero por tu cuenta, también.
Ya si vendes algo en tu día a día…
Lo pillas, ¿verdad? Te interesa.
El caso es que todavía trabajaba para esa consultora malvada que explota a sus empleados 12 y 14 horas cada día, les quita fines de semana, festivos, vacaciones…
Y les dice que el convenio que hay firmado en el contrato por el que trabajan más todo el año para tener jornada de verano es en realidad un nice to have, pero que no tienen por qué concedértelo.
Por un sueldo que ahora me parece esclavista.
Pero no todo era malo.
O mejor dicho, las personas con las que trabajas consiguen que no todo sea malo.
A mi jefe directo por aquel entonces lo llamábamos Pepo. Al menos su gente cercana.
Para los novatos, incautos y listillos que lo llamaban así sin su permiso, recibían un corte que nos hacía reír mucho: «Pepo para los amigos, para ti Jose Luis».
El caso es que, gracias a sus ganas de fiesta y a su saber elevar la moral de su equipo, consiguió que el Project Manager (en las grandes consultoras todo se dice en inglés, que se cobra mejor) nos pagase un día de fiesta en Amsterdam.
Una noche, más bien, a cambio de extender un día más el viaje semanal a Holanda y a que «trabajásemos» la mañana siguiente, por mucha resaca que tuviéramos, antes de coger el avión.
No recuerdo si nos pagó la cena, pero estábamos tan necesitados de no-trabajar que nos daría igual pagarla.
Escucha, que viene lo bueno.
Cuando todo el mundo se fue al hotel, Pepo, que era un salsas, cogió a su mano derecha y decidió montar una fiesta a la española en Holanda.
Así que ahí estábamos, él y yo, borrachos como dos españoles hartos de su trabajo, a la 1 de la madrugada, buscando un local que siguiera nuestro ritmo.
¿Sabes qué es lo que tienen los países anglosajones que no tenemos nosotros? Un horario de cenas más razonable.
Y que no son de salir de fiesta todos los días de la semana.
A esas horas ya no quedaba nada abierto. Nada al gusto de mi jefe extremeño, que de SAP sabía un rato, pero de salir de fiesta se lo sabía todo.
Y ya no hablaba con un acento comprensible, ahora hablaba con toda la potencia de su acento de Badajoz, con letras y salivajos patinándole entre los labios como un desprendimiento incontrolable.
Intenté llevármelo al hotel, que a mí eso de trabajar sin dormir y con resaca se me da mal no, peor. Por eso ya no bebo, entre otras cosas.
Imposible.
Decidió que, si no podíamos beber, por lo menos podíamos dar un paseo por el Barrio Rojo y alegrarnos la vista un rato.
No conocéis a Pepo, pero ya os lo adelanto: no sabe hablar bajito sereno, así que borracho es imposible no oírle. Y es más cabezón que un toro, por lo que no tenía más opción que acompañarle.
Iba de escaparate en escaparate, silbando, diciendo guarradas y alabando las bellezas que encontraba a su paso. Si no lo conociera, yo también hubiera dicho que alguna de esas chicas ganaría un extra aquella noche.
El caso es que te confieso que verlo pacer entre tanta teta al aire es una de las cosas más divertidas que he visto en mi vida.
Hasta que llegó el momento.
El suceso.
El horror.
Cambiamos de callejón, se acercó al escaparate, dijo algo que no pude entender y se dio la vuelta con los ojos muy abiertos. Como un niño que acaba de ver un truco de magia.
«¡Tiene rabo! ¡Que tiene rabo!»
No lo decía con asco ni desprecio, lo decía entre risas con una sorpresa genuina de que le hubiera gustado una mujer que, en realidad, no era una mujer.
Pero a el/ella no le hizo ni puta gracia y entendió a la perfección lo que Pepo me estaba diciendo.
¿Resultado?
Todos sus compañeros (o compañeras) empezaron a insultarnos y a salir de sus locales para hacernos pagar la afrenta de haber descubierto lo que, en realidad, no era ningún secreto.
Atiende, que es uno de los mejores consejos que puedo darte.
Tu negocio es igual que aquel callejón.
Tu web es igual que aquel callejón.
No quieres que tus usuarios entren en él buscando mujeres y se encuentren con una sorpresa entre sus piernas.
Y si lo que ofreces lleva sorpresa, tiene que ser lo primero que vean al entrar.
Mejor si es antes, para ahorrarles el momento «¡Tiene rabo!», o para convencerles de que eres quien necesitan.
¿Qué es esa sorpresa en un entorno web? Usa tu imaginación. Piensa en todas esas cosas que, como usuario, te hacen cambiar el gesto y te sorprenden para mal.
De esas sorpresas y de cómo tener una web y un negocio que triunfen en internet te hablo en el newsletter que envío cada día.
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