Conforme pasan los años me doy cuenta de que el cuerpo humano es imbécil.
O al menos el mío lo es.
O quizá sea yo el imbécil.
No lo sé.
Escucha, mejor, juzga tú quién es el imbécil aquí.
En mi vida me he roto varias cosas por hacer el burro y por tener mala suerte.
Un par de costillas por aquí, una muñeca por allá, un par de huesos del pie por esto otro… Y la verdad es que, salvo las costillas, han sido fracturas tan estúpidas que podría hacer un monólogo y escupirías el café de la risa.
Otro día, ¿vale?
Te lo prometo.
El caso es que, desde que empecé a vivir una vida más sedentaria, mi mente ingeniera hizo la siguiente ecuación.
Menos ejercicio = menos masa muscular y menos resistencia.
Menos masa muscular y menos resistencia = menos capacidad de hacer esfuerzos.
O lo que es lo mismo: tu cuerpo sabrá cuándo decir basta antes de romperse.
Pues no, amigo mío, mi cuerpo no debe haberse enterado de esas normas tan básicas y es capaz de realizar esfuerzos que no debería.
De hecho, es tan sorprendente que siga pudiendo realizarlos, que aprietas un poco más solo para ver si aguantas.
¡Y no se rompe en el momento!
Se rompe al día siguiente.
Así que, después de acumular esfuerzos y «dolores», el otro día fui a ver a mi amigo el traumatólogo.
Juanra y yo ya nos conocemos demasiado bien.
Total, que salí de allí con el volante para una intervención, la promesa de una cirugía en una mano y la incógnita de si habría que rajarme el hombro o no.
Soy un paciente cojonudo y siempre hago lo que me mandan, pero me dan pánico las intervenciones, las cirugías y las agujas.
¿Y sabes qué es lo peor de todo?
No es la cirugía.
No es la recuperación.
Es la anticipación de todo eso.
El tiempo de espera, el miedo a lo desconocido, la sobredimensión de lo que en realidad te van a hacer…
Y lo mismo me pasa con los cambios vitales y los proyectos.
¿Sabes el pánico que tenía yo en 2014 a que mi proyecto emprendedor fracasase?
No era por arruinarme (tengo una mujer maravillosa con un buen trabajo y de una forma u otra yo me hubiera recuperado).
Tampoco era por el hecho de fracasar, el fracaso per sé no me da miedo.
Era el miedo a tener que volver a Accenture o a otra picadora de carne similar.
Te juro que estuve angustiado durante años por si eso pasaba. Ese fue mi motor para ganar ahora más de lo que ganan mis antiguos compañeros de allí.
Y por eso te cuento historias como esta y escribo y grabo cursos formativos. Para enseñarte que, en el fondo, el problema está en el miedo a lo desconocido.
Cuando ves lo que hay detrás de la cortina, cuando entiendes cosas como que hacer una buena web para una buena idea no es un privilegio de unos pocos, la incertidumbre disminuye y el miedo desaparece.
Cada día te cuento una historia que te transmite la tranquilidad que necesitas para seguir adelante con tus ideas, con tu negocio.
Y para que lo hagas crecer todavía más
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