Hace unos meses uno de mis clientes me invitó a la cena de Navidad de su empresa.
Sí, a un externo al que solo conocen el dueño y los directores.
Y algún otro al que de rebote le reenvían alguno de mis correos para que ejecute alguna acción.
Solo que ahora ya saben quién soy.
(No precisamente por mi cara bonita)
Y eso es justo lo que marca la diferencia.
Es divertido vivir una de esas cenas siendo el único ajeno al núcleo de esas 40 ó 50 personas que forman la empresa.
Pero más divertido es ver cómo reaccionan cuando te presentan.
Algunos te echan en cara que su jefe les enmarrone con tus mejoras.
Otros te dicen que por fin ponen cara a esa voz en off que optimiza sus ideas.
Y una chica muy simpática te dice que es ella la que paga tus facturas.
Aunque sabes que ninguno de ellos se acordará de ti cuando llegue el día siguiente.
El alcohol, la fiesta, los compañeros, la resaca…
Son motivos muy poderosos para olvidar a alguien que solo se reúne con «los jefes».
¿O sí se acordarán?
Lo que te voy a contar me daba vergüenza hace unos años y ahora se ha convertido en una seña de identidad.
Algo que me gusta dejar claro desde el principio, por dos motivos.
El primero es que las bromas y las risas sobre el tema lleguen cuanto antes.
El segundo es lo mismo que el jersey de cuello vuelto de Steve Jobs.
Y todo se resume en lo que dijo el responsable comercial de LATAM en cuanto se dio cuenta de que lo que había dicho no era mentira.
–No me fío de la gente que no bebe.
»Los tratos se cierran con vino.
Esa frase se propagó como la pólvora y todos los que la escucharon fijaron en sus mentes el dato más impactante de su noche.
Que haya un ser humano capaz de no beber en una cena de Navidad.
Podría llevar una cresta rosa.
Tener tres brazos.
Comer bebés de chimpancé los sábados para desayunar.
O dar un sopapo al CEO en medio de la cena.
Que nada hubiera impactado tanto como el hecho de que no beba alcohol.
Bueno, lo del sopapo también hubiera cuajado, pero no en el buen sentido…
Presta atención.
En el mundo en el que vivimos hay algo peor que aparecer en la segunda página de Google.
Y es pasar desapercibido.
Si tu marca huele como las demás, estás perdido.
Si haces lo mismo que los demás profesionales del sector, estás perdido.
Si tu forma de conseguir que los usuarios de tu web pinchen en tus enlaces de afiliado es la misma que la del resto, estás perdido.
Y no hace falta ser abstemio para destacar.
Pero cuando lo eres, te das cuenta de que, en realidad, destacar no es tan difícil como parece.
Si no fíjate en los emails que envío cada día a mi lista de suscriptores.
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Porque destacar no es una opción si quieres que tus páginas web lleguen a primera posición.
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