Si fueras capaz de hacer tu trabajo en la mitad de tiempo, ¿qué crees que pasaría con la otra mitad?
Como buen idiota que soy, hace 14 años tuve la oportunidad de comprobarlo en mis propias carnes. Veintitantos añitos, capaz y motivado como un toro de lidia cuando ve un capote rojo pasión que se mueve delante de sus narices.
En pocas semanas era capaz de sacar el triple de trabajo del que sacaría una persona normal.
Así que empecé a levantarme tarde, a ir a trabajar a las 10 de la mañana y a irme a casa antes de que mis compañeros se fueran a comer.
Si hoy no tienes tiempo…
Huye del esfuerzo idiota y céntrate solo en el esfuerzo inteligente.
Como el de este método, que explota la parte inteligente del asunto
Y sí, tú eres el responsable del esfuerzo idiota que haces, no tu jefe.
¿Suena apasionante, verdad?
Pues no fue así.
Lo que hice fue llenar mis 9 horas diarias con más trabajo que nadie.
Luego llené 10.
Luego 11…
Alguien inteligente habría aprendido la lección y, al dejar esa empresa y ponerse a trabajar por su cuenta, estaría haciendo justamente eso: trabajar de diez a tres, dedicando el resto de su día a la vida contemplativa.
Sin embargo, la inteligencia tiene muchas facetas distintas y en esa, justo en esa, hasta los más inteligentes podemos ser bastante obtusos.
Podría decirte que el día que facturé más de cuatro mil euros escribiendo un email de 117 palabras me di cuenta de que horas de trabajo y resultados no van de la mano.
Pero tampoco.
Desaprender lo que nos meten en vena desde que somos pequeñitos es muy difícil.
Todo esfuerzo tiene su recompensa.
A quien madruga, Dios le ayuda.
El éxito depende del esfuerzo
Y al final tenemos una cultura del esfuerzo en la que lo que vale la pena no es el resultado, ni el método, ni la eficiencia, sino el esfuerzo por el esfuerzo.
El calentar la silla durante tu jornada, independientemente de que estés cuatro horas leyendo noticias y tomando cafés.
Luego te encuentras con alguien que gana dinero dedicando veinte minutos al día a escribir un email y no prestas atención a lo impactante del resultado.
Lo consideras una aberración del sistema, una anomalía extraña que sucede por causas mágicas y ajenas a tu control, y lo desechas de tus pensamientos.
Lo que importa, amigo lector, no es esforzarse al máximo, sino esforzarse de forma inteligente.
Ese matiz es el que marca la diferencia, el que separa a los capaces de los idiotas. Un matiz esquivo hasta para los que una vez pensábamos que no éramos idiotas.
De la misma forma, hay un matiz pequeñito que marca la diferencia en el envío de emails como este.
Porqquecuando envías emails a miles de personas, lo que marca la diferencia es la conexión que estableces con ellos. No el esfuerzo, los números o los euros.
Cómo escribir emails que conecten con el público (y generen ventas).
El resto consiste en saber a qué dedicar el tiempo libre que te quede.
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