Te voy a contar el día que me gané el apodo de sindicalista por unos…
…y el respeto por otros.
¿Lo curioso? El respeto vino de los que odian a los sindicatos, a los sindicalistas y a todo aquel que amenaza sus márgenes de beneficio.
Te cuento.
Hace una década, mientras todavía iba a trabajar con traje, corbata y un palo bien clavado en lo profundo de mis posaderas, Jose Antonio, el socio que dirigía nuestras vidas y las de varios cientos de desdichados, nos invitó a unas cervezas fuera del trabajo.
Las típicas monthly drkings que, tras la crisis de 2009, se hacían una vez al año.
Ahí estaba yo, un analista de primer año, que todavía tenía alegría y empuje en el cuerpo. Poco empuje ya, por cierto. Viajaba mucho, dormía poco y empezaba a tener ese humor ácido y ese desprecio por la vida que tienen los consultores añejos.
El caso es que ahí estaba, rodeado de analistas de menos de treinta, bebiendo mucho porque era gratis y cagándonos en nuestras respectivas vidas.
En consultoría se bebe mucho. Se bebe casi tanto como se trabaja, solo que durante menos tiempo.
Eso significa tener que ir a la barra a pedir cada muy poco tiempo.
Así que fuimos los tres mosqueteros que habíamos entrado juntos y nos pusimos a esperar la atención del camarero.
Tras un rato esperando, justo cuando el tipo venía hacia mí, un hombre un poco más alto que yo y mucho más viejo se cuela entre nosotros y extiende el brazo para reclamar al camarero.
¡Ultraje!
Bajé el brazo del susodicho, reclamé su atención y le expliqué que nosotros llevábamos ya un rato y que esperase su turno.
Las caras ojipláticas de mis compañeros lo decían todo. Uno hasta me tiró de la manga e intentó mediar en la conversación para decir que no importaba.
Yo no dejé que terminase la frase y seguí.
«Soy David Olier, analista de primer año».
«Yo soy Miquel, socio responsable de la oficina de Madrid»
Apretón de manos.
«Ponme tres dobles –dicho al camarero–, y a Miquel lo que quiera».
Media vuelta y a beber.
Así marqué el primer tanto de la noche, dándole nombre y apellidos a la persona que podía despedirme con un email esa misma noche.
No fue el único tanto, ni el peor.
El siguiente vino poco después.
En el catering había nachos, salsas y muchas cosas más. Pero yo recuerdo solo los nachos.
Nuestra mesa no tenía salsas, así que cuando otra persona vino a quitarnos la bandeja de nachos, me adelanté para marcar territorio.
«Tenemos un problema de recursos, Jose Antonio», dije al socio dueño del culo del socio al que acababa de quitarle las cervezas de la cara.
«¿Y cómo propones que lo arreglemos?»
«Consíguenos salsa y te damos la mitad de nuestros nachos».
Dicho y hecho. El socio máximo de nuestra división a nivel europeo se fue a buscar salsas para los analistas de mierda que éramos nosotros.
Cuando volvió, sonriendo, lo hizo con Miquel, el otro socio, y se quedaron muy bien con la forma y el contorno de mi cara.
¿A quién le importa?
Nosotros tuvimos nuestra salsa, nuestros nachos y nuestra cerveza.
Porque en un bar, fuera del horario de trabajo, no hay rangos. Hay personas.
Y las personas no son más importantes unas que otras.
Yo diría que el que le roba la cerveza a otro es menos persona, pero eso es solo una opinión.
Lo que mis compañeros, que me empezaron a llamar sindicalista aquel día, no entendieron, es que mis socios valoraron con muchísimo aprecio que les tratase como a personas. No con el rabo entre las piernas, las orejas gachas y el miedo de turno.
Uno de aquellos socios fue el que años más tarde me ayudó a salir de allí por la puerta grande.
¿Fui arrogante? ¿Fui prepotente? ¿Quería que me despidieran?
No.
Estaba harto de que me tratasen como a una mierda y quería cerveza. Ni siquiera me fijé en quiénes eran esas personas hasta que ya había metido la pierna hasta el fondo del charco de mierda.
Y cuando vi quiénes eran, me dio igual. Su rango no tenía nada que ver con la falta de respeto que era robarme la comida o quitarme el turno para robarme la cerveza.
¿Qué tiene esto que ver con un negocio por internet? ¿Con una página web?
Que la gente que visite tu web es solo eso: gente. No son ni más ni menos que tú.
No tienes que tratarles como si fueran seres superiores a los que tienes que tratar de usted, con un respeto y unos remilgos por los que se reirían tus amigos.
Tienes que tratarles como a lo que son: personas normales y corrientes, con inquietudes de personas normales y corrientes y emociones de personas normales y corrientes.
Y tienes que contarles algo que entendería cualquier persona.
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