La semana pasada me leí un libro que no te recomiendo.
Aburrido, repetitivo y con poca chicha repartida en demasiadas páginas.
Pero me recordó una historia de la Segunda Guerra Mundial que representa muy bien algo que hacemos mal los seres humanos.
Nuestro cerebro, para ser más concretos.
Por si no lo sabías, nuestro cerebro (además de impresionante y complejo) es un vago de narices.
Siempre busca atajos para trabajar lo menos posible y eso hace que se le pueda engañar.
Ilusiones ópticas, ilusiones auditivas, sesgos, disonancias…
La máquina más compleja del mundo es también la más perezosa de todas.
Viajemos a mediados del siglo pasado, a la Segunda Guerra Mundial.
En aquella época, la mayoría de los aviones de combate eran destruidos y no volvían a la base. Así que el Alto Mando decidió que tenían que reforzar el blindaje de sus aviones.
Solo había un problema.
No podían blindar todo el avión, porque el peso extra haría que volasen menos que un elefante.
La pregunta era, ¿dónde narices sería más efectivo poner el blindaje extra?
Así que cogieron todos los aviones que volvían de cada batalla y los estudiaron para ver qué daños recibían y cómo evitarlos.
Y se encontraron con este patrón en los agujeros de bala de los aviones:
Total, que los militares lo vieron claro.
El patrón era tan fácil de ver que decidieron en el momento colocar placas de blindaje extra en esas zonas que recibían impactos de bala, puesto que era ahí donde necesitaban refuerzos.
Solo que un hombre, un matemático que colaboraba con ellos, no estuvo de acuerdo.
Abraham Wald se dio cuenta de un pequeñísimo detalle que los jefazos habían pasado por alto.
Porque sus cerebros, ansiosos de encontrar una respuesta rápida a su problema, habían zanjado el tema como resuelto.
Los aviones que analizaban eran los que volvían de la batalla, no aquellos que caían en combate.
Que la cabina y la unión con la cola no tuvieran agujeros de bala no significaba que ahí no los impactos no importasen.
Significaba justo lo contrario.
Cuando el enemigo impactaba en cabina o cola, piloto y avión morían.
Las zonas que había que reforzar eran justo las que ellos querían dejar tal cual.
Spoiler: hicieron caso a Wald y se salvaron muchas, muchas vidas.
Que un negocio, un profesional o una página web tenga éxito no significa que el que está detrás sea un hacha al que todo le sale de maravilla.
Significa que ha lanzado suficientes aviones como para saber cuáles explotan, cuáles se estrellan y cuáles vuelven con la cabina cargada de dinero.
Lo que hace la mayoría de la gente a lo largo de su vida es dejarse engañar por el vago de su cerebro y repetir una y otra vez lo mismo, esperando resultados distintos.
No es su culpa, es que está programado para hacerlo así.
La diferencia con lo que hacen los que llegan más lejos y viven una vida mejor es que estos últimos se paran a ver dónde están los agujeros de bala y cuál es la verdad oculta tras lo más obvio.
Con esa información puedes decidir no hacer nada.
Hacer caso al Alto Mando e invertir esfuerzo donde no necesitas invertir más.
O construir algo que traiga activos a tu sistema.
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Monta una web, monta diez, no montes ninguna.
Pero haz algo para salir de la carrera de la rata.
Dale a tu cerebro más uso que el de buscarte los atajos más cómodos y los chutes de placer más rápidos y baratos que puedas encontrar.
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