Hace quince años me reí de la muerte y aún hoy estoy acojonado.
Mira, yo fui un chaval que no salió de España hasta que tuvo poco más de 20 años.
Porque no, Portugal no cuenta, que está aquí al lado y te entienden cuando hablas.
Así que eso de coger un avión no iba conmigo.
O yo no iba con los aviones, lo mismo da.
Pero mi novia de entonces (la que ahora es mi mujer) me convenció para que pasásemos un mes en Canadá, en Vancouver, con la excusa de aprender inglés con un programa de estos de familias de acogida y no sé qué historias.
Lo arregló todo para que yo fuera a la casa en la que había estado ella el año anterior y para ir ella a la casa de los cuñados.
Ya sabes: todo queda en familia.
El caso es que yo todavía no había aprendido a dormir en los aviones.
Y me costó 20 ó 30 vuelos más, debo confesar.
Lo que pasa es que cuando vuelas todas las semanas del año acabas durmiéndote por desesperación.
Escucha.
Me chupé el viaje entero de ida sentado despierto con unos desconocidos que no quisieron cambiarnos los asientos.
Encerrado en mi MP3 (¿o era un discman?) y viendo las horas pasar.
9 horas creo que dura el vuelo.
Total, que yo llegué al otro lado del charco agotado, hecho papilla y sin haber hablado inglés en mi vida.
Y de pronto me encontré en un salón con dos mujeres hablándome en un perfecto inglés que mi cerebro se negaba a procesar.
Sonaba a idioma inventado, a chiste mal contado, a pesadilla estando despierto.
¿Sabes qué es lo que hice?
Reírme.
Reírme mucho, a carcajada limpia y con lágrimas en los ojos.
Como si estuviéramos viendo una película a lo Dos tontos muy tontos.
Así que estas mujeres tan amables, y mi novia allí presente, sonrieron y trataron de hacer que mi cerebro volviera a funcionar. Porque entendieron que mi mente estaba cortocircuitando.
Y cuando consiguieron que el habitante de mi ático despertase, me explicaron muy serias que lo que me decían no era una cuestión de risa.
Mira, en Canadá hay una arañita muy pequeña cuya picadura disuelve los tejidos, causa muerte celular y destruye todo lo que tiene proteínas.
Es decir: que te mata.
La llamaron araña violín (o violinista, no recuerdo), me enseñaron una foto y me dijeron que habían visto alguna en la casa de no sé quién y que tuviera cuidado.
Que si veía alguna no intentase matarla y subiera a avisarles.
Cuando necesitas transmitir un mensaje importante, un mensaje difícil o un mensaje que está costando procesar, tienes que tener dos cosas:
La empatía suficiente para entender por qué no está llegando tu mensaje.
Y la capacidad de explicarlo de una forma diferente para conseguir que llegue.
Por eso te cuento estas cosas como te las cuento y por eso envío un email todas las mañanas contando historias que te hacen reír, llorar o sorprenderte.
Y todo antes del café
Porque crear tu primera página web es como viajar a Canadá y hablar en inglés por primera vez mientras te explican que una araña asesina vive cerca de ti.
Aunque tú sepas inglés, a veces cuesta conectar y emprender un nuevo camino.
Y para eso están mis consejos.
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