Tus recuerdos son falsos y puedo demostrarlo.
Agárrate a la silla, sillón o retrete donde estés leyendo esto, porque vamos a darle la vuelta lo que crees que sabes de ti mismo.
Estamos hechos de recuerdos. Desde los mayores traumas que sufriste en tu infancia, hasta tu película favorita, tu primer beso…, o lo que comiste ayer.
Nuestro cerebro, ese precioso ordenador orgánico, es capaz de almacenar una cantidad absurda de información y detalles.
Pero como no están escritos en piedra, también tiene cierta tendencia a inventárselos.
Es un efecto curioso, parecido al de las histerias colectivas, en el que nosotros y los que nos rodean tienen mucho que ver.
Porque no, el muñeco del Monopoly no lleva monóculo, aunque la mayoría recordemos al señor de ese juego con un cristal en el ojo…
Ni Darth Vader dijo «Luke, yo soy tu padre».
Ni Tom Cruise llevaba gafas de sol durante su escena bailando en calzoncillos en la película Risky Business.
Todos esos recuerdos están causados por el llamado Efecto Mandela.
Un curioso síntoma de ese cerebro tan fácilmente sugestionable que tenemos y que describieron por primera vez en 2009, cuando una señora norteamericana se dio cuenta de la cantidad de gente que creía y afirmaba que Nelson Mandela había muerto durante su estancia en la cárcel.
Una estancia que tuvo lugar en los años 80 y no en 2013, cuando murió en realidad.
Así que, si hasta ahora ya tenías que tener cuidado de confiar en todos los vendehúmos y truhanes que hay por el mundo, ahora además tienes que tener cuidado con tus propios recuerdos.
Por eso es recomendable vivir en el presente y no quedarse anclado con cosas que pasaron o, mejor dicho, con lo que crees tú que pasó.
Porque, salvo que lo escribas en un email diario, como hago yo aquí, no podrás saber si fue exactamente así como pasó o no.
Y, aunque lo hagas, también tendrías que andarte con cuidado.
Porque percepción y realidad son dos conceptos muy distintos.
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