Ayer estuvo mi cuñado en casa.
Bueno, mi cuñado, mi cuñada y mi sobrina.
¿Que nunca te he hablado de ellos?
Normal: viven lejos y nos vemos poco, muy poco. Con esto del COVID, no los veíamos desde que nació mi hijo allá por 2019.
Seguro que piensas que, ahora, viene una historia de cuñados.
De cuñaos, de estas tan graciosas en las que el cuñado de turno dice, hace o presume de alguna gilipollez tremenda y todos nos reímos de lo tonto que es.
Pues mira, con mi cuñado puedes reírte hasta hartarte, pero no de él precisamente.
Es un tipo gracioso, que habla por los codos, habla de todo y habla con todos. Pero, ¿sabes qué es lo más curioso? Tiene la habilidad de no cruzar al lado de los pesados.
Escucha.
Lo conozco desde hace 20 años y no siempre ha sido así, aunque de un tiempo a esta parte cada vez disfruto más con sus visitas.
Y después de haberse hecho 1200 kilómetros en menos de 48 horas para venir a vernos a nosotros y a sus sobrinos, un poco más.
Pero es que ha hecho algo que no suele hacer nadie.
Algo que es tan valioso que se ha merecido más de 200 palabras de introducción.
Atento.
Mi cuñado es conductor de ambulancias desde hace casi 30 años. Es lo que sabe hacer, es lo que se le da bien.
Tener una docena de títulos de auxiliar y técnico sanitario y hablar hasta con las paredes son dos extras que lo convierten en el profesional perfecto.
Pero no tiene ni papa de nada que tenga que ver con el mundo digital.
Y cuando digo ni papa, es que tengo mis dudas de que sepa hacer nada en un ordenador que no sea entrar en su sesión y rellenar los informes del trabajo.
Pues bien, esta persona a la que «página web» le suena como a ti «distrofia facioescapulohumeral» me pidió en la cena que le explicase cuál es mi trabajo.
Mi respuesta comodín, esa que uso el 99% de las veces para evitar una conversación larga en la que mi interlocutor desconecta, no funcionó.
Israel, mi cuñado, quería saber de verdad a qué coño me dedico.
Yo diría que es el primer familiar directo que se interesa de verdad en lo que hago.
Así que le conté la historia de una revista de motos (en papel).
Porque una revista gana tanto dinero como gente la compra. A más gente la compra, más dinero gana.
(Venta directa).
Pero es que, cuando mucha gente quiere esa revista, hay otras personas (otras empresas) que quieren pagarles dinero para aparecer en sus páginas, para que los lectores conozcan sus productos y quieran comprarles.
(Publicidad).
Y cuando se hace famosa, otras tiendas quieren vender esa revista a cambio de quedarse con una pequeña comisión de cada venta.
(Afiliación).
O porque tiendas especializadas en motos ven mucho valor en esa revista y quieren que sus clientes también la conozcan…
Y entonces llegamos a métodos mixtos de patrocinios, afiliados publicitarios, formaciones, comunidades de usuarios…
Y el tío, ese tío que conduce ambulancias y no sabe lo que es una URL, me hizo la pregunta del millón:
–Habrá miles de personas hablando de motos en internet, ¿cómo consigues que la tuya sea la que encuentran? Tiene que ser imposible ser el primero.
Con la imagen de la revista en mente, de la gente que quiere comprarla, los kioskos, la competencia… Israel vio claro que el verdadero valor de todo esto está en destacar.
Estaba preparado para que le explicase mi verdadera especialidad: que te encuentren en Google (SEO), que se queden a leer lo que dices y te compren (copywriting).
Y terminé explicándole que una de las fuentes de ingresos que más han crecido últimamente es aquella en la que, como hice con él, les explico a otras personas cómo ganar dinero de la forma en la que lo hago yo.
Que todos los días envío un email contando una historia (como esta) y enseñándoles algo sobre cómo ganarse la vida por internet.
Te apuntas aquí y aprendes más que mi cuñado
No me quiso escuchar cuando le dije que había alumnos con tantos conocimientos informáticos como él.
Pero eran las doce de la noche, llevábamos dos barbacoas en el cuerpo y él llevaba ya unas cuantas cervezas.
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