Ayer te hablaba de Cardoso, el mentiroso.
Llevo tiempo escuchando a empresarios, emprendedores, gurús y otras gentes hablar de sus pasados truculentos y difíciles.
De cómo lo superaron todo y acabaron donde están ahora.
Algunos hasta cogen sus empleos de verano y te los venden como un éxito de superación.
«Recogía espárragos en el campo hasta que un día encendí un ordenador, programé unas líneas y vendí el programa por millones de dólares».
Pero solo fue un verano, durante una semana y no volvió a pisar un campo en su vida.
La realidad de esas historias, que a veces encierran una verdad, suele ser bastante menos glamurosa.
Escucha, te cuento una historia de verdad.
Sin glamur.
Mi vida fue acomodada, hijo pequeño en una familia de clase media-alta.
Padre médico, madre ama de casa, colegio concertado… Vivíamos en un chalé de tres plantas con jardín.
No es que no me faltase de nada, es que tenía casi todo lo que quería.
Y digo casi porque no me salió de los huevos ponerme a trabajar con 16 años para comprarme una moto.
Y eso fue culpa mía, no de mis padres, que creían a pies juntillas en que el trabajo duro, el sudor y el esfuerzo traen el éxito y la felicidad.
La carrera de la rata en su más pura esencia.
El colegio pasó sin pena ni gloria y seguí el camino que se suponía que tenía que seguir: estudiar, trabajo duro, esfuerzo y éxito.
Así que hice una carrera, Ingeniería de Telecomunicación.
Y me casé.
Y me fui a Madrid a buscar el trabajo que merecía, en el que podría demostrar lo bueno que era, lo bien que trabajaba y lo lejos que iba a llegar.
¿Sabes qué pasó?
Que esa empresa en la que entré se frotó las manos al encontrarse a un imbécil que trabajaba 12 y 16 horas al día, fines de semana incluidos, gratis y sin quejarse.
Bueno, sin quejarse no, que cuando reclamaba mis vacaciones me llamaban sindicalista.
Pero lo que a ellos les importaba era que el trabajo salía.
¿El premio?
Una promoción y una subida de sueldo en la mitad del tiempo habitual y más trabajo.
Mucho más trabajo.
Porque cuando nunca dices que no, o tardas demasiado en decirlo, te la meten bien doblada.
¿Y qué pasó después?
Que mi cabeza explotó, lo mandé todo a la mierda y empecé de cero.
Empecé a buscar formas de ganar dinero que me permitieran vivir una vida, no que me la robasen como en aquella consultora de la que, por cierto, me fui hace justo 8 años.
Y el éxito llegó.
No como un bombazo, de la noche a la mañana.
Sino poco a poco, como un proceso natural.
¿Me convierte eso en alguien especial? ¿En un Ave Fénix, gurú del éxito y de la vida?
Qué va.
Solo uno más que tropieza con la vida y busca formas de avanzar sin destrozarse el pie.
Y como en todas las vidas, hay sonrisas, lágrimas, belleza y mierdas.
Una historia como bien podría ser la tuya, que no leerás por redes sociales ni verás llenando revistas o periódicos.
En parte porque es una historia que no vende.
En parte porque sé que las redes sociales no te traen dinero a la mesa.
O pueden dejar de llevártelo de la noche a la mañana.
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